Poema "Tú, Erika, mi Sol..."
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Poema "Tú, Erika, mi Sol..."
En la noche me arropan:
una manta espesa, un nórdico níveo y un edredón grueso.
No deberían rechinar mis dientes y,
sería ilógico que tiritara mi boca.
Mis extremidades no tendrían por qué oscilar nerviosas,
con sus vellos puntiagudos.
El corazón no cargaría con un lastre pesado
que me punzara afligido;
ni el líquido rojizo se bombearía denso,
a modo compacto, sin diluirse.
No obstante, se ceban propasándose.
Porque no hay calor que me abrigue como el tuyo.
Cuando te vas, cuando me voy...
Una tormenta de dudas rompe en mí,
las olas me atizan en su ritmo frenético,
en un despiadado vaivén marino.
Voy deteriorándome pausadamente;
la sal escuece y el frío me enfunda.
Deliro. Gimo. Alucino una muerte.
Cuando vuelves, cuando vuelvo...
La tempestad emigra por pavor,
al ver salir al tímido Sol de su guarida,
bañándome con su luz cálida;
caldeando lo gélido que me envolvía,
secando mi agua y evaporando esa sal.
Fantaseo. Río. La serenidad me resucita.
Tú, Erika, mi Sol...
Tan sólo el considerar que podría perderte...
Cavila que es el desate de una locura
el miedo que en mi germina,
y que ésta, a su vez,
es síntoma del amor que te profeso.
http://lapremoniciondeldestino.blog.com.es
una manta espesa, un nórdico níveo y un edredón grueso.
No deberían rechinar mis dientes y,
sería ilógico que tiritara mi boca.
Mis extremidades no tendrían por qué oscilar nerviosas,
con sus vellos puntiagudos.
El corazón no cargaría con un lastre pesado
que me punzara afligido;
ni el líquido rojizo se bombearía denso,
a modo compacto, sin diluirse.
No obstante, se ceban propasándose.
Porque no hay calor que me abrigue como el tuyo.
Cuando te vas, cuando me voy...
Una tormenta de dudas rompe en mí,
las olas me atizan en su ritmo frenético,
en un despiadado vaivén marino.
Voy deteriorándome pausadamente;
la sal escuece y el frío me enfunda.
Deliro. Gimo. Alucino una muerte.
Cuando vuelves, cuando vuelvo...
La tempestad emigra por pavor,
al ver salir al tímido Sol de su guarida,
bañándome con su luz cálida;
caldeando lo gélido que me envolvía,
secando mi agua y evaporando esa sal.
Fantaseo. Río. La serenidad me resucita.
Tú, Erika, mi Sol...
Tan sólo el considerar que podría perderte...
Cavila que es el desate de una locura
el miedo que en mi germina,
y que ésta, a su vez,
es síntoma del amor que te profeso.
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