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Nuestro pequeño mundo perfecto.

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Mensaje por Effy Sáb Sep 24, 2011 12:25 pm

Aspiré el aire gélido de la noche en aquel lúgubre cementerio. Las nubes habían desaparecido dejando ver diminutas estrellas que embellecían el cielo.
Había un silencio sepulcral, lo normal en los cementerios y yo lo hubiera sabido si esa no hubiera sido mi primera vez allí. En circunstancias normales hubiera salido corriendo pero todo esto se frenaba por la extraña necesidad que tenía de estar en algún lugar donde nadie me conociera.
Comencé a pensar distraidamente en cuanto había cambiado mi vida desde hacía mucho tiempo, tanto tiempo que ya había perdido la cuenta.
Era una gélida tarde de diciembre.
-¿A dónde te apetece ir?-Sonreí al mirar por décima vez a mi acompañante.
-Me da igual, no tengo preferencia.
Estreché su mano con algo de fuerza. Entrelazando nuestros dedos. La miré de reojo y solo pude volver a sonreír.
-¿Vamos al fin del mundo?-dije algo entusiasta.
-Estaría bien ¿sabes dónde queda?-dijo Annick sonrojándose por momentos.
-No, pero mas vale no encontrarlo pronto, así podremos estar juntas hasta entonces.
-¿No tienes miedo?- contestó ella.
-No hay por qué tenerlo.
-Cierto-susurró Annick algo avergonzada, queriendo dejar el mundo de lado, y lo hizo. Pasó sus manos por mi cuello hundiendo la cabeza en el hueco entre mi cuello y el hombro y ahí permanecimos minutos, para mí demasiado cortos, para el mundo demasiado extensos. Incluso dejamos de respirar. Nada en ese momento parecía ser tan perfecto.
Miré el reloj con desgana. Se había hecho tarde.
Escalé con sigilo la pared trasera del cementerio procurando no ser vista por los groseros hombres que custodiaban el lugar, pero me di cuenta demasiado tarde de su presencia y comenzaron a correr tras de mi. Huí cuesta abajo siendo perseguida por pequeños labradores hambrientos seguidos de sus enfurecidos dueños. Me llevó un tiempo perderlos de vista, cuando lo hice opté por caminar disfrutando del buen tiempo que hacía pese a la época del año en que nos encontrábamos.
Cuando por fin llegué a casa me sentí de nuevo segura, cogí a mi nuevo gato Lucifer y sin hacer el mínimo ruido me adentré en la habitación, allí me esperaba con cara de pocos amigos Athan, el hijo de la nueva pareja de mi madre. Observó con detenimiento mi rostro y luego se entretuvo en mis muñecas, encontrándolas sin ningún tipo de heridas.
-No puedes salir de casa sola- me dijo con su habitual rostro inescrutable.
No le respondí de inmediato, solo dejé que mi cuerpo abandonara aquel espacio oscuro, trasladándome así a algún lugar donde estuviera ella.
Athan me atrajo hacia él, cogiéndome lentamente por la cintura , apoyando mi cabeza en su pecho.
-Tranquila Elizabeth, todo irá bien.
Por un segundo lo creí, pero en lo más profundo de mi ser sabía que nada que tuviera que ver con Annick saldría bien.
-¿Sabes? La quiero demasiado- dije en un hilo de voz.
Permanecimos allí poco mas de media hora, él acariciándome el pelo y yo contando mentalmente los latidos de su corazón. Acto seguido me embutí en el pijama y me acosté.
-He perdido la cuenta.
-¿De qué?
-De los latidos de tu corazón.
-Late muy rápido porque estoy contigo-dijo tímidamente, luego continuó-¿Quieres que me quede?
Asentí sin articular palabra, dejando un hueco en la cama. Él se metió con sigilo pasando sus torpes manos por mi cintura, me acunó en su pecho, cerramos los ojos intentando olvidarlo todo y solo por esa noche lo hice.
Me desperté de golpe, sobresaltada, alguien o algo quería aplastarme. Abrí los ojos pesadamente. En ese mismo instante mi corazón comenzó a latir desbocadamente. Annick se encontraba encima de mi, con su habitual rostro tranquilizador.
-¿Qué haces aquí?-pregunté confusa.
-¿No vas a saludarme?-preguntó destapándome, como siempre divertida.
-¿Debería?
-Vete a la mierda Eff- dicho esto cariñosamente arremetió la almohada contra mi.
Comencé a hacerle cosquillas, adorando en silencio como suplicaba que parase.
-No sé como he terminado debajo-susurré entre risas, al finalizar aquella absurda guerra de almohadas.
-Tengo ganas de hacer algo-susurró contra mi cuello.
-Hazlo- susurré descansando mis manos en su zona lumbar.
-¿Y si lo cambia todo?
-¿Te vas a quedar con esa duda?
-Cierra los ojos -me pidió.
Mientras mis manos jugueteaban en su cintura nuestros labios se unieron buscando el deseo, el frenesí de nuestros cuerpos. Oímos unos pasos en el pasillo pero nos dio igual, comenzamos a cruzar la barrera de lo permitido, ahogamos gemidos en los labios de la otra dejando cualquier mundo que pudiera existir entonces. Con esas caricias prohibidas, esos besos interminables comenzamos nuestro pequeño mundo perfecto.
-¿Por qué viniste Annick?
-Porque soy una completa tonta contigo, te hago daño y no me doy cuenta y... porque te quiero.
Noté como las yemas de sus dedos se deslizaban por mi espalda, silenciosas, ágiles, con dulzura, la recorrieron sin dejarse un centímetro de ella. Eso hizo que me erizara y esbozara por enésima vez una sonrisa.
-Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta- me susurró en el oído aquella frase que me encantaba de Sam Keen, luego continuó- y esa persona eres tú.
No supe que contestar a ello, me había puesto roja de una manera completamente exagerada, así que opté por humedecerme los labios tímidamente dándole un breve beso y luego apoyando mi cabeza en el hueco entre su cuello y hombro que conocía tan bien .
No sabía con exactitud lo que me gustaba de ella. Quizás era su pelo, sus ojos profundamente oscuros, aquellos labios que me volvían loca. Estaba completamente segura de algo, me gustaba, me encantaba, la quería, me hacía feliz... Pero las cosas de un día para otro comenzaron a dar un giro de ciento ochenta grados. Ella comenzó a hablarme de un chico más de la cuenta, a soñar despierta con él mientras me hacia daño, dado esto las cosas cambiaron de una manera inexplicable.
Todo completamente todo de nuestro pequeño mundo perfecto se había ido a la nada.
Pasó un mes lleno de lágrimas, de días enteros en la cama, de noches sin poder conciliar el sueño pensando en todos y cada uno de los momentos que había pasado con ella, hasta que una noche cambió todo.
La música de evanescence me avisó de que alguien me llamaba, salí de aquel mundo de ensueño en el que me había sumido durante ese mes y vi la última cosas que me esperaba. Annick. Descolgué el móvil y me quedé escuchando.
-¿Eff?- dijo dulcemente.
-La misma-dije sorbiendo por la nariz.
-Quiero hablar contigo, es urgente ¿puedo pasarme por tu casa?
Me moría de ganas de verla así que acepté, abrí la puerta de mi casa con sigilo. La vi justo en la entrada sentada en los escalones con su largo pelo negro en trenzas y una sencilla ropa de deporte.
Sin decir una palabra se abalanzó a mis brazos dejándome completamente anonadada, minutos después se separó y me miró desde cerca, sonriendo dándome un largo beso que quitaría para siempre cualquier duda que existiera sobre sus sentimientos.
-Te quiero -susurró sobre mis labios- me he dado cuenta de que te quiero a ti...
-Yo también te quiero, siempre te quise y siempre te querré.
Así sus labios cerraron cualquier herida que tenía en el corazón.
Effy
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